lunes, 24 de enero de 2011

Sonia Díaz, su propia cartografía...

La Primera Palabra, blog de Heriberto Hernández Medina, reproduce la entrevista que le hiciese Joaquín Badajoz a Sonia Díaz, y que fuese publicada originalmente en el Nuevo Herald para su versión digital en la sección de Artes y Letras. Una conversación que recomiendo y por la cual dejo un enlace. Buena batería de preguntas; buenas respuestas que, al menos yo, he disfrutado y agradezco. Para leer el cuestionario de manera integra, clic aquí.

sábado, 22 de enero de 2011

Leo Selis. Loco, el Domingo...

A las 4 de la tarde
North East de Miami
610 NE 64 Terrace




Por Armando Añel
Ediciones Itinerantes Paradiso, la editorial que dirige el escritor y crítico Ignacio T. Granados, vuelve a sorprender a sus fieles con una propuesta novedosa, diferente. Diferente, porque nos presenta a un poeta inédito en la ciudad, y a una poesía que asume sin complejos su atrevimiento y su llaneza, la subversión de los cánones formales a través de los que discurre la lírica cubana actual. Novedosa, un poco por lo mismo, pero en otro orden de cosas: En Loco (Miami, 2010), el cubano Leo Selis trova más que escribir, se lamenta y se complace, hace algo “distinto y diferente”: se canta y se celebra a sí mismo con desparpajo y lucidez.

La reseña completa en Dirty City

jueves, 20 de enero de 2011

American Woman

Los tres del "polvazo"

La noticia, de la que no tengo confirmación, la descubro en el blog Podía acabar o mondo, de Luciano Oliveira. Resulta que los "muchachitos" que muestra la foto, luego de invadir una casa para robar, aquí en los Estados Unidos, terminaron aspirando un polvo que estaba dentro de una urna.

Lo terrible es que el “narizaso” no les dio el placer que esperaban y salieron oliendo a muerto. Dicho polvo, era en realidad las cenizas de una persona y dos perros.

Como dice Oliveira, si observan la cara del sujeto que está al medio de la imagen, no cabe dudas que la idea salió de su cabecita.

Time in Venice

lunes, 10 de enero de 2011

La matriochka no es la misma

Confieso que el tema no es transcendental. Incluso, los habrá quienes me acusen de expresar una frivolidad que poco importa a las masas ilustradas o, a sectores intelectuales, y que además no aporta en lo más mínimo a un problema capital como la libertad; lo que no, sin cierta razón, me va a inhibir de manifestarlo. Quizás, lo mismo, a tono con los excelentes artículos de Juan F. Benemelis sobre el totalitarismo -y he aquí que, para otros, también puede que yo intente mezclar el agua con el aceite- publicados en dos partes en Cuba Inglesa (I y II), por el asunto que tratan, me inviten entonces a comentar en torno a una arista muy común en esas formas aberradas de gobiernos -sobre todo en los comunistas, con el que lamentablemente estoy familiarizado, como muchos-, y que, raras veces, se menciona: la gente -hablo únicamente de la apariencia- se vuelve fea.

Dicho así, claro que suena simplista y los “más serios” habrán de considerar que me voy muy lejos del análisis profundo que propone y merece un asunto como el se aborda en “Para una historia del totalitarismo” (parte uno y dos). Pero es que la Estética, ciencia de percepción, sensación y sensibilidad; y el Hedonismo, camino del placer y la supresión del dolor, desde la antigua Grecia, como doctrinas filosóficas que son, en los sistemas de marras -reitero a pesar del terrible cansancio que provoque: sobre todo en el comunista- son dos materias que comienzan por desvirtuarse y finalmente desaparecen; al menos bajo las premisas occidentales en las que fueron conformadas desde la antigüedad.

Por supuesto, sin la pretensión de caer en la “metatranca” usual que se arriesga uno al abordar tópicos como este, y mucho menos que lo que escribo sea un canto a la moda, con la que nada tengo en contra, ilustraré lo que digo con un ejemplo que me tropiezo cada Sábado, alrededor de las cuatro o las cinco de la tarde, dependiendo de la puntualidad, en el Aeropuerto de Miami, y que no solo a mi me ha remitido a una reflexión.

Desde hace cuatro semanas, a lo sumo, se ha habilitado un vuelo que cubre la ruta Moscú-Miami. Se trata de una nave de envergadura con una considerable cantidad de personas. El avión, a diferencia de otros desde Europa, que son más cosmopolitas, trae en su mayoría a pasajeros rusos o de las ex repúblicas soviéticas. Lo curioso es que, aquellos “bolos”, su acostumbrada “estética” y sus maneras -las que los cubanos, luego de 1959, conocemos bien- en escasas décadas ha desaparecido. Hoy día, la buena presencia, los modos de comportamiento y un fresco glamour en la mujeres jóvenes, muy del poniente consumista, son en extremo diferentes al ciudadano ruso de la guerra fría. De esos rusos eructando vodka barato, uniformados y repletos de sellos y estrellas rojas, con sus esposas enseñando una axila llena de una pelambre pestilente, oliendo a cebolla rancia, con vestidos horribles y caras cuadradas a la usanza más aldeana, queda muy poco, para no decir nada.

Luis Vuitton, Matte Cocodrile, Lana Marks, Penélope Bags, son algunas de las carteras que, las hoy estilizadas y modernas rusitas, cuelgan de sus hombros; arropaditas con estrechos jeans Play Boy y, asimismo, usando vestidos, sudaderas, ropa de invierno, de marcas tan prestigiosas como Hervé Léger o Carolina Herrera; o botas Mustang; Wonders; lo que imagino, implica igualmente el uso de ropa interior Victoria Secret.

Los rusos hombres, desde luego, no se quedan atrás. Armani; Brioni; Kiton, Calnali, etc., son las marcas favoritas de trajes. Levis Strauss, Lacoste, Polo, las deportivas de mayor preferencia. Claro, lo llevan quienes consiguen costear los altísimos precios que cuestan las susodichas prendas en Europa o Norteamérica, ya sean masculinas o femeninas, y que seguramente es la minoría. Que existe un numeroso grupo de ciudadanos rusos, como yo, que tendrán que conformarse con los grandes almacenes al estilo de Kmart, Sears o Walmart, y las liquidaciones que se ofrecen en fechas señaladas, lo que no es óbice para lucir bien.

Sin embargo, la crónica que cuento en cuanto al vuelo Moscú-Miami, se cierne a un único punto. La analogía forzosa, la coincidencia obligada, lo monocromático, y miles de adjetivos más que se presten para definir el fenómeno del igualitarismo en todo sus estratos y expresiones dentro del marco de la izquierda retrograda, desaparecen en cuanto las sociedades se abren, aún de forma “defectuosa”, como ha sucedido con El Kremlin. El pluralismo y la libertad generan belleza aunque esta sea a veces desbalanceada, discutida, criticada o cargue el sello de tag kicht, lo que por suerte conforma un tablero versátil, que a mi modo de ver, se agradece. La elección del buen gusto es la que ha de abrirse paso, y ese es generalmente personal, aún cuando esté sujeto a corrientes o pautas.

Si, tal vez alguien vendrá a hablarme de los desposeídos, de las injusticias, de la desigualdad, del que modelo ruso no es el mejor de los ejemplo, y llevará alguna razón si se refiere a conquistas sociales; utopías que se ha demostrado hasta la saciedad, son inalcanzables en regimenes dictatoriales, entre otras cosas, por la rigidez con que operan -lo que a la larga los convierte en gestiones inoperantes. Pero a esos les digo, con todo el respeto que consigan merecer sus creencias y dogmas, que nada tiene que ver la vieja quimera, basada en el anhelado sueño del mejoramiento humano, con la terrible uniformidad con que nos visten, y pretenden que nos comportemos, en sociedades tan cerradas como las comunistas.

Nada, que las matriochkas ya no son las mismas…

Manuel Cachimba

Por Ernesto Ravelo.
Tomado de La Terraza Azul

Manuel Cachimba era considerado por muchos de sus amigos como un mentiroso. Pero yo, que tuve la oportunidad de escuchar algunas de sus historias,
creo que se trataba de un tipo simpático, imaginativo, con una astucia natural que le brotaba de sus pequeños y sagaces ojillos.

Manuel se casó con Felita, dueña junto a su hermano, de una pequeña finca y tuvieron cinco hijos, todos rubios y pecosos. No sé de dónde surge el apodo de Cachimba. El hombre fumaba únicamente tabaco, al menos en el tiempo que lo conocí. Lo mismo era muy trabajador y se dedicaba a la faeneas de campo y a fabricar enormes hornos de carbón, que luego le vendía al gobierno. En sus ratos libres, se entregaba a su gran pasión: la pesca.

Una tarde Manuel llegó a la casa del abuelo de mi esposa, que lo había contratado para que lo ayudase a matar y pelar un puerco de más de cien libras. Después de picada la carne, Cachimba se puso a freir chicharrones y nos comentó a los presentes que él era el único cristiano que comía chicharrón sin tener dientes. Y sacando uno con la espumadera, hirviendo, se lo llevó a la boca y lo trituró con las encías. Todos quedamos boquiabiertos mientras Manuel reía con su boca desdentada y devoraba chicharrones.

Fue esa tarde, bajo el ateje y golpeados por el fuerte aire del sur, que me contó su famosa historia de su viaje a Honduras. Pues resulta ser - me dijo muy pausadamente- que un amanecer me voy al Pesquero del Tamarindo donde estaba picando el parguete, engoo, tiro el anzuelo, y cogí un peje como de tres libras que enganché con un cordel de quinientas. Lo tiré por una banda y le puse una lata.

Ya había subio más de diez parguetes cuando la lata salió volando y cayó al agua. Agarré el cordel, había clavado a un peje inmenso, que halaba como un toro. Claro que le di cordel, pero cuando trataba de frenarlo para virarle la cabeza, me quemaba los dedos; así que amarré el cordel de la proa y aquella bestia me fue arrastrando mar afuera.

A punto estuve, más de una vez, de cortar el cordel con mi cuchillo, pero me dije. Lo que sea tendrá que cansarse y entonces lo arrimo al bote, le doy unos palos en la cabeza, y me lo llevo a tierra. Pero no sucedió así, y el enorme peje me remolcó hasta que perdí la costa de vista.

Durante tres días con sus noches estuve navegando hacia el sur, topándome con peces damas y enormes ballenas. Al fin, al amanecer del cuarto día, descubrí tierra y pude ver al animal. Era un enorme jaquetón de ley, que asustado como estaba, se varó en una playa solitaria. Salté del bote y terminé matándolo con un remazo fuerte en la enorme cabeza, mientras que en la orilla un grupo de indios guerreros me observaban.

Salí a la orilla bañado con la sangre del tiburón, y los asombrados nativos me consideraron un heroe y cargándome en hombros me llevaron a la aldea que estaba cerca. No pararon hasta que me dejaron en presencia del cacique, todo cubierto de oro y vistosas plumas, que me dijo, yo estaba en el pais de Honduras y que pidiera comida y cuantas mujeres quisiera.

Imaginete-continuaba contándome Cachimba- las indias estaban desnudas, eran jovenes, y muy bellas además. Esa noche organizaron una fiesta en mi honor con carne de venado y licor hecho por la tribu. Y esa noche dormí con quince indias, incluida la princesa y mujer del cacique, que me aseguró el hombre, si no le hacía el amor a su hembra, lo consideraría una ofensa y me mandaría a cortar la cabeza al día siguiente. Y así estuve como huesped ilustre hasta que la hechicera de la tribu, vieja y más fea que un sijú, se quiso acostar conmigo y yo, ni que fuese loco, me negué. La vieja se quejó entonces al cacique y este decidió echarme de la aldea.

Se queda en silencio contemplando el bronce del océano.

-¿Y qué hiciste, Manuel?- le pregunto divertido.

-Pues fácil -me responde bien serio-, regresé a casa con Felita.

-¿Pero cómo lo lograste?

-Lo mismo. Me fui a pescar cerca de la costa hondureña y al rato enganché un peje que me trajo a esta misma playa- sonríe y agrega-. Esta ves fue una guasa como de 8000 libras, pero tuve le lástima y la dejé volver a las profundidades por el favor de regresarme.

Se pone de pie y ahora él me pregunta a mi.

- ¿Crees en mi historia?

Serio, le clavo la mirada en sus ojillos, y le respondo.

-Claro que si, Manuel- y le palmeo la espalda. Me estrecha la mano y pensativo se despide. Desaparece en una curva del camino.

jueves, 6 de enero de 2011

De Reyes buenos y malos...


Tendría tal vez cinco o seis años, e increíblemente todavía hoy lo recuerdo. Junto a un viejo árbol de navidad adornado con bolitas de cristal, mi madre y yo pusimos una palangana blanca, de aquellas esmaltadas, con agua; también dejamos varios pedazos de pan duro para los camellos, y una carta en la que yo pedía varios juguetes. Recuerdo igual que traté de mantenerme despierto toda la noche. Además de que pretendía ver a Los Reyes Magos, me intrigaba sobremanera como iban a caber los tres camellos dentro de un apartamento. Pero el sueño me venció después de dos horas de vigilia y sólo encontré los juguetes tempranito en la mañana. Lo peor, fue que me sentí un poco defraudado al descubrir que faltaba un trencito eléctrico que yo deseaba enormemente, que caminaba encima de los raíles plásticos, pasando por sobre un puentecito y luego por una estación pequeña. Le pregunté a mi vieja el porqué ellos no me lo trajeron. Mi madre me contestó muy amable que a lo mejor se lo habían prometido a otro niño que lo pidió antes; eso sí, para el próximo enero, seguro que me lo daban. Odié a ese niño.

Al año siguiente, descubrí con pesar que mis Reyes no regresarían más en enero y que se convertían en una larga lista pegada a la vidriera de una horrible ferretería, en la barriada del Cerro, donde una inmensa fila de madres y padres buscaban sus nombres en el papel para descubrir, algunos con tristeza, que grupo le tocaba para comprar únicamente tres juguetes que nos habrían de durar todo el año. La carta a Melchor, Gaspar y Baltazar, ya no tenia sentido. Otro Rey decidía que yo debía conformarme con una suerte de trebejo básico (opcional en dependencia del surtido), un no básico (opcional lo mismo, menor que el primero), y un dirigido, que se resumía en la voluntad de la dependiente que le tocara despachar la mercancía que hubiese en existencia, casi siempre muy lejos de los deseos de un niño, y que en mi caso, año por año, se resumía en una cajita blanca con cien bolas de colores para jugar “quimbe y cuarta” en el barrio.

A los once años, edad límite para que nos vendiesen juguetes, por fin tuve mi trencito pues esta vez tuvimos la dicha de que nos ubicaran el primer grupo. Locomotora con la que jugué muy poco y terminé guardando para cuando me llegara el turno de ser padre. Sin embargo, por el sólo acto de ver sus caritas repletas de entusiasmo, escuchar sus preguntas sobre los magos buenos que emprendieron un largo viaje para ver al niño Jesús, por esa alegría -a pesar de imponderables y riesgos- no renuncie a compartir con mis hijos la fantasía que tanto entusiasmo me daba, la de esperar a Los Reyes, y que jamás pude verlos porque me dormía antes, pero que no dudé de sus existencias aún cuando otro monarca me aseguraba que todo era una historia de burgueses y mi madre tuviera que buscar su nombre en una extensa lista pegada a una vidriera, rezar casi para que nos tocar un buen puesto, y después hacer largas colas; mi querida Reina…

miércoles, 5 de enero de 2011

La dádiva del militante

- Compañero, al igual que nuestro aguerrido pueblo, tú no estás ajeno a la difícil situación que atravesamos. Es por eso que el Partido necesita de la lealtad irresoluta de sus miembros hoy más que nunca. Te pido entonces respondas las siguientes preguntas, que han de valorar tu más completa entrega a la causa. Un examen que, sabiendo de antemano tu historia como militante, no cabe dudas las respuestas han de ubicarse a la altura del momento histórico.

-Aquí va la primera ¿Si tuvieras dos casas, donarías una al Partido?

- Si- responde con orgullo el militante.

- ¿Si tuvieras dos autos, donarías uno al Partido?

-Si- responde con orgullo el militante.

-Si tuvieses un millón de pesos, donarías el noventa y nueve por ciento de esa fortuna a las arcas del Partido?

-Si- responde con orgullo el militante.

- Y por último, ¿si fueses dueño una gallina, la darías para la cocina del Partido…?

El militante por primera vez quedose callado, un tanto triste, y luego de un silencio que le pareció eterno al funcionario partidista, contestó sin titubeo alguno que no

-Pero…, ¿cómo es que, si fuiste capaz de donar al Partido casa, carros y dinero, ahora te niegas a compartir con tus compañeros una gallina?- gritó el funcionario horrorizado ante tan enorme afrenta, y prueba de egoísmo

El militante sonriendo con desgano concluyó.

-El problema es que la gallina si la tengo, y esa es para mi familia.



Versión de un chiste que me llegase por Email.

Pájaros y peces: el misterio...

Aunque no es un hecho que pueda definirse como aislado pues en otros momentos ha sucedido -y además, en latitudes bien diversas-, de que la muerte de cientos y cientos de pájaros en la víspera del 2011 representa un verdadero misterio, no hay dudas. Primero en Beebe, Arkansas; luego en cantidad más reducida, pero no por eso menos alarmante, en el distrito de Pointe Coupee, estado de Louisiana; y por último, ahora en la lejana, rubia y gélida Suecia, en la localidad de Falköping.

Algo nos dice a las claras que las cosas no andan bien en las alturas. Y lo peor, las causas de esta lluvia siniestra que me recuerda al genial Alfred, los que saben en cuanto al comportamiento de las aves y el aire que las rodea, aún no las tienen todas resueltas. Lo que lógicamente, provoca la desmedida especulación, las más increíbles, y se reafirma el susto .

No es menos cierto que en fecha como el inicio de año, un suceso así nos infunda algún temor y asimismo provoque en aquellos de conducta apocalíptica la sospecha de que la Madre Natura no la está pasando bien, principalmente por nuestra culpa. En consecuencia, la tierra nos va a cobrar lo que le debemos, por lo que ya los hay quienes andan comprando rosarios. Por supuesto, las posibles respuestas, una gran mayoría de ellas sin mucho fundamento, llamémoslo científico, no se han demorado en salir a la luz. Se habla de la falta de visibilidad de los mirlos en la noche, de fuegos artificiales, de desorientación, de un raro miedo en la aves, si saberse a qué; se mencionan que son mensajes diabólicos; se piensa en las siete trompetas; y hasta se hace referencia a toxinas venenosas, como aquella dio pie al relato de Daphne du Maurier, titulado The Birds. Obra inspirada en los trágicos hechos de una familia Westmisnter, Irlanda, atacada por una bandada numerosa de aves irritadas en extremo, en la que ningún miembro sobrevivió, y que más tarde inspirase a Hitchcock en su genial película.

Sin embargo, lo curioso del caso es que la atmosfera, según análisis, no muestra cambios significativos. Y si estuviésemos frente a un fenómeno natural, los animales presienten el peligro y esto lo corrobora el tsunami del 2005, en que se reportó solamente la desaparición de varios millares de seres humanos. También, para complicar la situación todavía más, más abajo, en el mar, después de los pájaros cayendo, se tiene noticias de la muerte de miles de peces y el porqué continúa sin respuestas. Luego entonces, ¡¿qué carajo pasa?!

Por el momento, esperar es lo único que se me ocurre; y rezar su poco…

¿Dónde estás, corazón..?

Mi madre me llama por teléfono alarmada. Ha visto en las noticias del mediodía que para el próximo año no habrá jabón en Cuba. Le preocupa enormemente que sus nietos no tengan con que bañarse en enero. Yo le respondo que no hay cuidado. Que ya tomaré las previsiones oportunas para la escasez, aún mayor, de un articulo de primera necesidad como ese, y pronto irá para la Isla un envío con todo el avituallamiento pertinente en cuestiones de higiene para que mis hijos lo usen como Dios manda. Sin embargo, lo simpático -si es que existe algo gracioso en la penuria cotidiana del cubano-, es el hecho de que su conversación me hace rememorar una tragicómica anécdota que sucedió hace unas semanas en el aeropuerto de Miami, y que bien sirve para una crónica.

La señora iba para Cuba a visitar a sus familiares. Por supuesto, repleta de paquetes. Al momento de llegar al aeropuerto, por error la dejan en el primer piso, lo que la obliga a tomar una escalera eléctrica para ir al segundo, el de salidas. Lamentablemente, ya fuese por nerviosismo o por temor a la escalera -lo que le ocurre a muchas personas mayores-, la señora se cae y se lastima un tanto. Las autoridades del aeropuerto llaman enseguida al “rescue” y este, en menos de dos minutos, se presenta en la escena. Los pasos de rigor se comienzan y uno de los rescatistas le toma la presión arterial a la señora y luego le coloca un estetoscopio en el pecho para sentir las palpitaciones del viejo y asustado corazón criollo, que por sobre todas la cosas, teme que no pueda realizar su viaje en diciembre para pasar el fin de año con su familia, y de paso pagar el puerco que han de comerse.

El rescatistas muestra una cara que asusta a la otra señora, más joven, que acompaña a la accidentada. La amiga pregunta que sucede y el hombre responde que no siente sonido alguno que pueda atestiguar que la señora tenga corazón. Contrario a lo que se espera en momentos como este, los rescatistas ven con incredulidad como la acompañante comienza a reírse en medio de una situación que para nada da margen a la broma.

Es que ella , la pobrecita -responde la acompañante- tiene tres jabones guardados en los ajustadores. Por eso es que usted no escucha nada- y agrega un tanto apenada-. Imagínese…, vamos para Cuba y nunca son suficiente las maletas.

Horas después la señora y su acompañante llegaron a La Habana, la primera sólo con algunos rasguños en los codos, y con mucha vergüenza...