miércoles, 28 de septiembre de 2011

¿Nostalgias diferentes de una misma tierra?


Hace una semana que Wendy Guerra publicó un texto en su blog Habáname, que reconozco me dejó con una suerte de “sentimentales encontronazos bordados de una melancolía delirante (un estado emocional, muy metatrancoso, que pensé extirpado hace mucho), y lo mismo quedé con unas ganas enormes de descargar una complicidad que nada más los cienfuegueros, o al menos, aquellos que alguna vez pisaron fuerte ese pedacito de tierra, pueden compartir.

Wendy comenzó contando sobre Islas y utopías, una ecuación de difícil acceso y de casi imposible solución. Continua luego en los movedizos terrenos de la tristeza y el exilio; al no poder uno conseguir lo soñado, la igualdad de esa fórmula se resume en el lamentable hecho de que terminamos escapando y únicamente conseguimos llevar con nosotros dentro del pecho -porque no se precisa de equipaje para huir- esa Isla soñada, que dista mucho de la real.

Y Wendy sigue -para los que no lo saben- hablando de un islote muy pequeño que ahora se me antoja un bello lunar, a pesar de los daños, en medio de la bahía de Fernandina de Jagua y que llaman Cayo Carenas. Un punto minúsculo que atesora innumerables historias y que pisé por primera vez siendo un niño en compañía de varias primas y de mi madre.

Pero solo una le importa a Wendy por ser muy especial: la historia de Simons, aquel americano que andaba siempre acompañado de planos y bocetos, en los que se podía descubrir su obsesión: una carretera desde la ciudad de Cienfuegos hasta el Cayo.

Y Wendy concluye (por así decirlo, pues el resto de su post no consiguió conmoverme) reseñando un libro que conozco. Una novela que tuve el privilegio de leer antes de irme de Cuba, La última playa, y que me regaló su autor, Atilio Caballero. Un libro que dibuja con hermosos trazos las vivencias de un loco que habitó al amparo de su utopia, a la que jamás renunció, y del amor de una ciudad que sabe querer a sus locos. Lástima, era Simons un “tostado” sin poder y sin recursos para construir su pedraplen, pero muy dispuesto a dar mucho amor.

Antes de salir de Cuba estuve en Cayo Carenas. El paraíso que tanto extraña Wendy -y al que me sumo en la añoranza- estaba despareciendo. Su escasa costa, por la parte que da al Castillo de Jagua, se había degenerado y de una orilla de arena fina, "donde cualquier Pilar se sentiría a gusto", pude ver un zócalo pedregoso. Tierra recortándose, deforestada. Árboles pequeños al borde de un espacio a punto de ahogarse.

Aquella vez participé como testigo de un acto en el que un joven con agallas practicó un performance y por consecuencia tal vez fue uno de los pocos -a lo mejor el único- que le besó sus entrañas al Cayo. Ángel Delgado abrió su propio hueco y se enterró durante varios minutos en la tierra rojiza del chiquito islote en lo que el resto de nosotros guardábamos silencio en la superficie. La acción se llevó a cabo en el marco de una Jornada Nacional de Performances que se perdió en el tiempo; lo que pretendían decir esos jóvenes no resultaba confiable para los jerarcas revolucionarios del sector cultural en la provincia.

Por cierto, unos escasos nativos, en realidad una corta familia de negros compuesta por un matrimonio y dos hijos, eran los representantes de la población local que nos ayudaron en todo, muy amablemente. Por cierto, dicho sea de paso también, se trataba de la única población, que al momento de estar allí, en el 2003, aún vivían en el Cayo. Personas que apenas se comportaban como náufragos olvidados al no contar con transporte regular (barco o patana) con que ir a la ciudad; y además, subsistiendo bajo la presión de que iban a ser desalojados definitivamente. Se rumoraba que pretendían construir un complejo pequeño de bungalows para el turismo internacional... By the way, una edificación se mantenía en pie con cansada gallardía. Eso sí, con aparentes bríos para desafiar al tiempo: la Iglesia

Nada, creo que la misma nostalgia nos asiste a mi y a Wendy. Sin embargo, hablamos de dos Cayo Carenas muy diferentes…






Para leer el texto de Wendy Guerra, clic aquí
Foto de Pascual, un ilustre loco de Cienfuegos retratado por Gustavo Rumbaut

domingo, 25 de septiembre de 2011

La mano inquieta


En medio de la sesión de fotos de rigor en eventos como este, en la ONU, el presidente Barack Obama decide saludar con su mano derecha a la cámara. Un gesto que en la lejana Mongolia no ha de gustarle a nadie definitivamente. Yo, que no sabía como luce el rostro del presidente mongol, he tenido que pesquisar en la Red para conocerlo y de paso enterarme que Tsakhiangiin Elbegdorj es uno de los doce mandatarios más jóvenes del mundo, con apenas 48 años recién cumplidos el pasado mes de Marzo. Por suerte no se trata de Genghis Khan o de Atila, que si no…

Tsakhiangiin Elbegdorj
presidente de Mongolia

Image from Yahoo

sábado, 24 de septiembre de 2011

Lo que vino, por suerte, fue un satélite...


El pasado Viernes un amigo me comenta que el día anterior, recién volviendo del trabajo, casi en la puerta su mujer le dijo.

-La vecina de abajo, muy convencida ella, me contó sobresaltada que un asteroide va impactarse contra la tierra y que veintiséis pedazos enormes han de caer justo en Norteamérica ¿Tú sabes algo de eso?- le preguntó sonriente, asumiendo el temor de la vecina como un chiste de mal gusto; o peor, una muestra de desinformación total. Sin embargo, me asegura mi amigo que notó en la mirada de su mujer cierta preocupación, lo que resulta lógico teniendo en cuenta de que se trataba.

-¡Coño! Mi amor, una noticia así no se dispara a quemarropa, más a un hombre que regresa cansado y con deseos de que todo vaya bien ¡Lo único que nos faltaba!- le respondió bromeando después de darle un beso, y sorprendido le hizo saber, que igual a ella, nada sabía del asunto.

Por supuesto, enseguida mi amigo se conectó a la Red y se enteró que un satélite artificial de la NASA, del tamaño de un autobús, sin remedio alguno se iba a precipitar a la tierra, ya fuese al norte de Canadá -como sucedió finalmente- o bien al sur de Suramérica. Riéndose le confirmó a su compañera que la vecina escuchó campanas y sin tener la menor idea dónde sonaban. Lo que viene para abajo es una “guagua sin frenos y sin chofer que la controle” -concluyó mi amigo-. Y acorde a los que saben, no ofrece peligro para nadie ¡Gracias a Dios!

Hoy leo que por fin el susodicho satélite estadounidense de 6,3 toneladas ingresó en la atmósfera este sábado en el océano Pacífico, al oeste de Canadá, según la agencia espacial entre las 03H23 GMT y las 05H09, desintegrándose totalmente y sin que hasta ahora se pueda ubicar con exactitud el sitio en que se proyectaron los restos del enorme artefacto.

Una buena noticia sin dudas, que me deja pensando lo mismo sobre la fragilidad en que habitamos en medio de este hermoso mundo. Que nos sobran los problemas, para que además nos pongamos ahora a mirar al cielo, sólo por si acaso…

domingo, 18 de septiembre de 2011

El irremediable acto que nos atrapa

Hábito que dista de una agradable costumbre. Práctica que nos impone la subsistencia decente, al menos dentro de las reglas que la sociedad exige; nada de buscar paralelos que nos lleven a un lugar del que luego nos arrepintamos. Repetición para el sagrado peculio que nos costea ciertos vicios. Ciclo que impone la usanza que nos ha marcado, antes de nacer, como obreros. Abejas esclavas del uso y del zumbido. Sinónimos todos que nos obligan a levantarnos tempranos para, después, ya tarde, regresar y de nuevo listos para lo mismo. Sábados y Domingos -y algunos feriados, quien tiene la suerte de disfrutarlos- son el intermedio: un espacio en el tiempo que nos da la oportunidad de reflexionar sobre esa existencia, que a falta de otra, se agradece finalmente.

La rutina, ya sea de cuello y corbata o de botas y casco, a la que estamos sujetos sin remedio alguno, que ha de tomarse como una bendición. Peor es estar obligados a no participar…



Video de Ernesto G.

viernes, 9 de septiembre de 2011

José Martí y Tony Montana: cubanidad...

¡Yo soy Tony Montana, de La Habana...!

por Armando de Armas

Cuando mi hijo Andy arribó de la isla a Miami, apenas un adolescente, la primera película que me hizo rentar fue Scarface y en Milán, recientemente, el periodista que me entrevistó para el noticiario de la televisión ruso-búlgara, un joven búlgaro, se me presentó a la manera de un saludo que, virando la boca en un rictus matonesco, no era otra cosa que el antológico parlamento del famoso marielito, I'm Tony Montana! You fuck with me, you fuckin' with the best!

Y es que Tony Montana y José Martí serían los nombres más universales ofrendados por la isla, personaje ficticio sustentado en la realidad el primero, personaje real sustentado en la ficción el segundo, entelequias atemporales ambos, perverso el uno, patriótico el otro, una y la misma cosa quizás, opuestos que se complementan, obnubilados ambos, por la cocaína el uno, por el romanticismo decimonónico el otro, matadores, dadores de la muerte ambos aunque, a fuer de sinceros, Martí más que Montana, las muertes emanadas de la guerra de Montana serían una bicoca, si las comparamos con las muertes emanadas de la guerra de Martí. En fin, tampoco es para quejarse, que de Martí y Montana estamos hechos, deshechos, que Martí y Montana somos o, al menos, que por Martí y Montana estamos representados y, ya sabemos, vivimos más en la representación que en la presentación, en la imagen que en la cosa imaginada, en la virtualidad que en la vida; con Internet hemos topado.

Ese triunfo de la imagen, de Montana en el imaginario no ya isleño sino internacional, vendría a explicar que treinta años después, Scarface, un verdadero hito de la cultura popular no en Cuba sino en Estados Unidos, vuelva ahora para estremecer nuevamente no a las pantallas, sino al público ávido de emociones fuertes frente a la pantalla, público anodino en una era anodina, en crisis pero anodina; en busca de adrenalina. Scarface regresa a las salas de los cines estadounidenses desde el 31 de agosto y lo hace, por primera vez, en el sistema Blu Ray.

Pero, para hablar de Sacarface debemos hablar de la menos famosa, pero más fidedigna, Cocaine Cowboys, un filme documental, dirigido por Billy Corben y producido por Alfred Spellman, un filme que ningún residente del sur de la Florida debería perderse; pero especialmente no deberían perdérselo los cubanos. El documental aborda la sangrienta guerra entre los jinetes de la droga en los años setenta y ochenta del siglo anterior en Miami; mediante entrevistas a periodistas, políticos, policías, abogados, fiscales, traficantes de drogas y sicarios de los carteles, participantes todos, desde sus disímiles ángulos y ocupaciones, en los hechos narrados.

De las secuencias del filme sale la realidad de un Miami a un tiempo oscuro y luminoso, un sitio inusitado; una ciudad que muchos no conocieron y que muchos más prefieren olvidar. Unas historias escabrosas y sangrientas, en verdad como las historias de todos los mitos fundacionales, que situaron a la otrora soñolienta ciudad en el mapa del mundo y la dotaron, para bien y mal, de una indeleble identidad.

Pero, decía que es un filme que especialmente no deben perderse los isleños y es que el mismo, involuntariamente, hecha por tierra al menos dos de los más socorridos mitos, estos no fundacionales sino propagandísticos, acerca del Miami cubano. El primero hablaría del control del tráfico de estupefacientes por grandes y despiadados capos cubanos, tal como lo recrea el mencionado Scarface de Brian De Palma, escrito nada menos que por ese fan de Castro y Chávez que es Oliver Stone, con la actuación de Al Pacino, Steven Bauer y Michelle Pfeiffer. Pero la realidad que muestra Cocaine Cowboys es otra, el ego nacional isleño llorando y por el piso, pues ni uno solo de los duros y señeros sicarios, capos y transportistas de la droga serían cubanos, sino norteamericanos y colombianos bajo la égida de la familia Ochoa de Medellín; no es que no hubiesen sicarios, capos y transportistas de la droga cubanos, que los había y buenos, pero ninguno se acercaría siquiera a la excelencia de los aparecidos en el documental; mucho menos a la excelencia del marielito nombrado Scarface.

De hecho, el único cubano medianamente destacado en Cocaine Cowboys es un psicópata negro, recién llegado por el éxodo del Mariel, que a sueldo de una brutal baronesa colombiana de la droga, conocida por la Madrina, asesina a bayonetazos a un capo, también colombiano, nada menos que en la zona de Aduanas del Aeropuerto de Miami a plena tarde y ante los asombrados, asustados ojos de todo el mundo, pobre diablo sin clase, como le define un ex oficial norteamericano de la DEA al compararlo con otro sicario originario de Colombia, pero criado en Chicago.

El otro mito echado por tierra es el de la violencia implantada por los cubanos en Miami, específicamente por los marielitos, y no es que los cubanos no hayan aportado su dosis de violencia a Miami (desde la generada por los grupos revolucionarios desovados de la isla por obra de Fidel Castro, éste sí revolucionario y violento, en los años sesenta y setenta, hasta la generada por las huestes del Mariel en los ochenta), es que no se puede comparar a la guerra desatada en Miami por los jinetes de la cocaína bajo las órdenes de los capos colombianos. Y no es que los cubanos, mayoritariamente marielitos, no mueran y maten en esta guerra por el control del polvo blanco, es que ellos vienen a sumarse, casi siempre como matones de fila, a una escabechina que ha empezado mucho antes de desembarcar ellos en Cayo Hueso. La primera gran balacera de esa guerra tiene lugar el 11 de julio de 1979 en el Dadeland Mall de Miami y los primeros refugiados del Mariel llegarían a Miami el 23 de abril de 1980, es decir, nueve meses después de la carnicería del Dadeland Mall.

Acá se impone una pregunta: ¿y si ello es así por qué Sacarface es un cubano marielito y no un colombiano espalda mojada? La verdad, no sé. Pero se me ocurre que tal vez la propaganda machacona de los órganos de difusión castristas, más sus ecos conscientes e inconscientes en el exterior, tuvieron que ver en la decisión. No olvidemos que desde 1959 Castro ha venido calificando a los cubanos que huían de su paraíso proletario al infierno de Miami como lumpens, delincuentes, drogadictos, escorias y gusanos, de hecho ese humanista y tolerante que dicen que era el poeta Mario Benedectti llamó, poco antes de morir, gusanos a los cubanos de Miami y, por si fuera poco, otro tanto hizo unos meses atrás, en relación con el affair Juanes, ese otro humanista y tolerante, cómo sino, el cantante español Víctor Manuel. Se me ocurre también que tal vez la ideología imperante en Hollywood tendría algo que ver en el asunto. Por lo pronto, no sé me ocurre una película de Hollywood cuyo protagonista sea un mafioso judío recién escapado de la Alemania nazi, o un mafioso chileno recién escapado del régimen de Augusto Pinochet.

Y ya que entre filmes de mafiosos andamos, en Gomorra, la más reciente y probablemente mejor película sobre el hampa de Scarface para acá, una descarnada historia sobre la índole y la intríngulis de la Camorra Napolitana, dirigida por Matteo Garrone y basada en un libro del joven escritor Roberto Saviano, vemos que los matones adolescentarios de la Camorra, mucho más violenta y despiadada que la Mafia Siciliana y, por supuesto, muchísimo más violenta y despiadada que la Mafia Italonorteamericana, tienen como ideal de héroe nada menos que al antológico marielito conocido como Scarface. La realidad que alimenta a la ficción, pero también la ficción que alimenta a la realidad. Interacción entre la una y la otra hasta arribar al punto en que nunca sabremos que determina qué; si la ficción a la realidad o la realidad a la ficción.

¿Es eso malo para los cubanos? ¿Debemos los cubanos enfurecernos por eso? Probablemente no sea ni lo uno ni lo otro, sino que es; es y punto. Y por tanto, no queda otra que asumirlo, vivir con ello. Y, pensándolo mejor, pudiera ser hasta bueno. Muchos cubanos de Miami se habrían salvado de ser asaltados, o muertos, por obra de un hampón gracias a la mala, buena fama que le otorgaría el personaje de Scarface. ¡No te metas nunca con un cubano!, dicen que dicen los afroamericanos duros desde Scarface para acá. Yo mismo, hace muchos años, sobreviví como secuirity gard en uno de los más violentos barrios negros de Miami gracias a Dios y a mi suerte, primero, pero gracias también, quizás, a los réditos de la fama que me corresponderían por formar parte de la orgullosa tribu de Scarface.

El mítico actor Al Pacino ha dicho recientemente a la prensa, con motivo de la vuelta victoriosa de su personaje, que “Tony Montana es como Ícaro. Lucha y se esfuerza por alcanzar el sol, se atreve a ello, y eso es algo que vive en el interior de todos nosotros. Nos representa de alguna manera. Nos da algo con que identificarnos”. Acá, en esta frase, vuelven a interrelacionarse Montana y Martí en el sentido de que ambos apuestan por una utopía, personal la de Montana, colectiva la de Martí, individualista la del uno, gregaria la del otro, empresarial la primera, socialistoide la segunda, y si Montana pretende fundar un imperio sobre el polvo níveo, Martí pretende fundar una nación sobre el polvo de callejones sin cuento. Ambos mueren a balazos. El uno disparando la metralleta sostenido por un montón de cocaína en su luminosa, lujosa mansión. El otro disparando el revólver sostenido en su caballo en un oscuro, pobrísimo rincón de su país. El uno porta un grueso anillo de brillantes. El otro porta un grueso anillo de hierro. El uno apuesta por la vida y no teme a la muerte. El otro apuesta por la muerte y en ella se regocija. Pistolero el uno. Poeta el otro. Tristes, trágicas existencias ambas. Imagen de familia. Montana y Martí mueren, matan cada día enfurruñados, envueltos en el humo de la pólvora y en sus negros trajes de blancas pecheras manchadas de sangre, Miami y Dos Ríos unidos en la ficción del tiempo.

artículo que tomo de Martí Noticias

domingo, 4 de septiembre de 2011

Los relatos de Maurice Sparks: un libro diferente

por Armando Añel

...Incubados en la blogosfera, terreno fértil para la innovación y la recreación, tanto temática como estilística –de hecho, estos relatos, en algunos casos viñetas, dieron lugar al blog homónimo precursor del libro--, Los relatos de Maurice Sparks brillan con luz propia. Un verdadero regalo para los amantes de la literatura entendida como rompimiento y búsqueda, sorpresa y hallazgo. A ratos la sintaxis, el tono estructural de Ernesto G., nos recuerdan lo mejor de la cuentística norteamericana del último medio siglo, entre un Raymond Carver y un Charles Bukowski, pero siempre desde una distinción y una autonomía perfectamente reconocibles. En estos relatos, en definitiva, el lector hastiado del sonsonete tradicionalista, hiperrealista y quejumbroso a que nos tiene acostumbrada la narrativa nacional, puede respirar en libertad.

La reseña completa en Neo Club

Se avecina el suceso

Muy pronto, el nuevo hecho...
Los relatos de un buen amigo


sábado, 3 de septiembre de 2011

No confies de quien venga a proponerte un pacto con Los Tattaglia


La película El Padrino, la primera parte sobre todo (incluso más que el libro de Mario Puzzo), es también una de mis favoritas; digo también, porque hará unos días publicaba en este blog que Opera do Malandro lo es igual. Nada, que tiene uno varios largometrajes que le resultan imprescindibles, preferidos.

Pero en fin, volviendo a El Padrino, recuerdo una escena en particular, cuando Don Vitto Corleone (en la piel de Marlon Brandon) le dice a su hijo Michael (otro enorme: Al Pacino) que se cuide de quien venga a proponerle un pacto de reconciliación con los Tattaglia. El sujeto que lo intente -diría con su voz ronca el patriarca mafioso- es un traidor y lo que persigue es eliminarte.

Me viene a la memoria tal escena despues de leer un comentario en El Imparcial Digital, a sazón de que se publicara allí las respuestas que diera Mike Porcel sobre su “experiencia” con la Nueva Trova”, y en especial con el “arrepentido y revolucionario bardo” Pablo Milanés…

Recomiendo el enlace… Clic AQUÍ