domingo, 8 de enero de 2012

Al borde




estaba escrito que yo debía permanecer fiel a la pesadilla de mi elección
Joseph Conrad

me ha dado por deducir tu tiempo y no sirven los relojes
Cronos —tan trillado su uso— es acaso la imagen grabada en una moneda 
de efímero cambio que lanzas al aire y sin esperar la caída  
le ofreces tu espalda

me ha dado por revisar tus misterios 
y no vale el álgebra siquiera para entender los signos que conforman a tus huesos

me ha dado por la conjetura
imaginarte como otra
y ensimismado concluyo con dolor de ideas
y paso siete días recorriendo todos los
mercados donde pueda comprar una que otra decencia
algunas mereces
las mías han vencido
y tú
Reina de la mesura
si algo puede sosegarte es que esté presente como un tipo mesurado

me ha dado por extraviarme en intentos de toda índole
dilapidar mi retina imaginándote
huir del cansancio que admite amarte de manera escalonada
qué sé yo
encima de una pirámide azteca
encima de un techo en su tanque de agua
y el trance trayéndome de vuelta
—supongo a tierra firme—
se presenta al borde de tu ofrecimiento cual si fuera un sacrificio para dioses gentiles que amparan el viaje de varios marineros que regresan reclamando su noviembre
ardid que se consume en un susurro de vida y suscita demasiadas preguntas para mi signo
de mar y de aire
de balanzas y cursos
de berilo rosa
dudas que irán a esconderse en mis parpados si los cierro
dudas que son tantas en torno a mis ojos

me ha dado por moverme alrededor de tus bordes
el letargo brotando de tu ombligo se me antoja una lata de conserva que he de abrir sólo entemporada de huracanes
y sigo sometido a la indagación a pesar de tu mal tiempo
—fíjate que no digo carácter—
y pienso en las siete formas antiguas de atesorar tu confianza
que tal vez una tarde de otoño
—fíjate que no digo octubre—
consientas a mi verso correr por tus muslos