domingo, 5 de febrero de 2012

Camino a seguir, de Yalili Mora

El rostro que muestra cansancio, tristeza o rabia, no vale. No importa siquiera una mirada, un gesto, tal vez un soplo que nos llegue a probar, fuimos felices aquel segundo de vida. El emporio y su paisaje se me antojan como un panorama que no cuenta, donde el color se desvirtúa por obra y gracia de quien lo reproduce. Todo entonces se simplifica de rodillas para abajo, lo que nos hace preguntarnos qué está sucediendo "allá arriba". La verticalidad se impone desde el anonimato. Los que pisan fuerte, por el acto de sobrevivir, proponen la historia que esta vez se pinta por las piernas. Es el camino a seguir (que lo mismo su final se muestra incierto) lo que motiva al artista.

El escenario esta vez se asiste del asfalto; de aceras rotas (cemento viejo, cómplice pisoteado por gastadas suelas, remendadas muchas de ellas). Y bien que sirve de pretexto un reposo momentáneo por una necesaria espera, siendo nosotros parte de una larga fila que presupone ha de soportarse porque se traduce luego como la sagrada subsistencia. O quizás, se trate únicamente de compartir el tiempo en medio de una conversación que se imagina imprescindible, y al segundo después en que termina el parloteo, se olvida. Igual la soledad marca su derrotero y sentimos pena por ese que se apoya de un bastón.

Todo eso, y más, es la inspiración para que la ciudad y su gente trasciendan como arte. Es la vida, sus miserias al amparo de un entorno peculiar y hacinado, lo que se perpetúa en el lienzo.

Yalili Mora supo dibujar la realidad envuelta en el misterio que provoca el acto de no saber quiénes son sus protagonistas. Gentes sin rostro aparente, que habitan inmersos en las cortas distancias que obliga la vida en provincia, en días en los que incluso parece larga la existencia, y en una ciudad que el camino es una suerte de vicio inmensamente arraigado. Es que los puntos casi se tocan en Fernandina de Jagua, y asimismo no se sabe de sus límites, e incluso los redescubrimos. Resulta que lo corto se dispersa al borde del mar, lo que nos da la sensación de que estamos trampeados en un laberinto infinito que dice ser abierto y predecible, lo que es un engaño. Se trata en todo caso de un espacio reducido, en el que no hay mucho a donde ir, y en el cual nuestra extremidades inferiores son la maquinaria de salvamento, por si un día aparece una puerta por la que se configure finalmente la escapada. Mientras tanto la espera, de pie...







Las imágenes de este post son propiedad de la artista.
Yalili Mora Ramírez. Trinidad. Cuba 1972.